Una relación de pareja nos proporciona seguridad. Y cuando sentimos que esa seguridad está amenazada, como ocurre en el caso de una separación, la parte más primitiva de nuestro cerebro, cuya principal misión es mantenernos a salvo y asegurar nuestra supervivencia -y no nuestra felicidad- se pone en modo alerta, activándose de forma automática nuestros sistemas de lucha o huida.
Mientras esto sucede y nos preparamos para pelear o para salir corriendo, la parte racional del cerebro se vuelve más lenta, lo que no siempre resulta una buena combinación. Eso explica que no seamos capaces de ver con claridad las consecuencias de nuestros actos.
Además, como el cerebro es un órgano social y está diseñado para mantenernos conectados, no está dispuesto a abandonar tan fácilmente el apego a la pareja. Esto explicaría que sigamos aferrándonos a una relación aunque esta sea insatisfactoria y nos provoque dolor. Desde el punto de vista estrictamente biológico, resulta mejor tener un vínculo negativo que no tener ninguno.
Sea cual sea el camino que te ha llevado hasta la separación, lo que llamabas “hogar”, ese lugar donde te sentías “a salvo” por muy mal que estuvieras, esa serie de rutinas y rituales compartidos, la persona que eras dentro de la relación, la imagen que proyectabas ante los demás, la vida que llevabas, el futuro soñado…todo eso, de repente se ha ido al garete. Y eso da mucho miedo.
¿Y qué queda ahora? Un montón de emociones dolorosas, imprevisibles y desagradables: la tristeza, la soledad, el miedo, la culpa, el orgullo herido, la sensación de estar perdida… que no sabemos cómo gestionar.
Incluso cuando decidimos terminar la relación porque el sufrimiento de seguir con ella es más fuerte que el miedo a dejarla, el cerebro puede continuar apegándose a la relación de distintas maneras ya que, como hemos visto, para él la relación está muy ligada a la supervivencia.
Una de ellas puede ser mediante una separación conflictiva y desagradable en la que la pareja se alimenta mutuamente de hostilidad y rencor, o en la que uno de sus miembros, o los dos, están obsesionados por vengarse, por ganar o por ambas cosas.
Como podrás observar, no nos suele resultar fácil gestionar una separación. Y cuando nuestra pareja quiere desaparecer de nuestra vida sin nosotros desearlo, podemos sentirnos profundamente heridos. Y está en la naturaleza humana que las personas heridas quieran herir a otras.
Lograr superar y vencer todos los impulsos biológicos, primitivos e inconscientes que puedas sentir de atacar, castigar, herir o vengarte de quien te ha hecho daño tiene su dificultad, pero también sé que se puede conseguir.
Por tanto, aunque hay algunas parejas que aspiran a terminar la relación de forma amistosa, pocas son capaces de superar la tendencia biológica de sus cerebros a ver la separación como una amenaza para sus vidas, y suelen poner resistencia a “soltar” la relación. Es biología.
El simple hecho de darte cuenta de cómo funciona nuestro cerebro ante esta situación puede facilitar que, a pesar de la biología, consigas separarte sin pelear. Porque, en realidad, tu supervivencia no está amenazada. Hay vida después de la separación. ¡Ya lo creo que la hay!