MI EXPERIENCIA CON MIS HIJOS ADOLESCENTES
«Los hijos comienzan amando a sus padres; después de un tiempo, los juzgan; y rara vez, si acaso, los perdonan» -Oscar Wilde-
Tener hijos no implica saber educarlos de forma consciente...
Una cosa es criarlos, que es relativamente fácil, y otra -mucho más complicada- es saber educarlos y acompañarlos en su crecimiento, ¡sobre todo en la etapa de la adolescencia! Nadie nos enseña cómo hacerlo. Así que cada uno lo hacemos lo mejor que podemos y sabemos, y con nuestra mejor intención.
Pero si no ponemos consciencia en cómo lo estamos haciendo, obtendremos resultados dolorosos tanto para nosotros como para nuestros hijos.
Mis tres hijos se llevan unos cuantos años de diferencia. No sé si esto supone una ventaja o una desventaja a la hora de educarlos… El caso es que este hecho me ha llevado a atravesar sus adolescencias en momentos personales míos muy diferentes. Esto ha ocasionado que la manera en que yo respondía ante ellos fuera muy distinta en cada uno de los tres casos. El clima, y la situación familiar, además de las personalidades muy diferentes de cada uno de ellos, han sido variantes que han derivado en tres adolescencias que poco tienen en común.
Te cuento cómo he vivido yo y cuáles han sido mi actitud y mis conductas, ante la adolescencia de cada uno de ellos, y los resultados que se han producido.
1. Una adolescencia marcada por la imposición, la exigencia y el control
Durante la adolescencia de mi primer hijo, quise formar equipo con su padre para que no hubiera fisuras en esa etapa tan complicada. Pero no era consciente de que estábamos educando como nuestros padres nos habían educado a nosotros. Desde la imposición y el autoritarismo, desde el “porque lo digo yo, y punto”, desde el «lo hacemos todo por tu bien», desde la exigencia, poniendo el foco en los resultados, queriendo tener el control, consiguiendo que se hicieran las cosas por miedo.
Nos relacionábamos con él desde la superioridad, desde la arrogancia de pensar que al ser padres estamos por encima de los hijos, que sabemos más que ellos y, por supuesto, que sabemos, mejor que nadie, lo que les conviene. ¿Acaso sabemos los padres lo que nos conviene en cada momento? ¿Acaso supimos, su padre y yo, lo que más nos convenía a lo largo de nuestras vidas?.
Éramos incapaces de validar sus sentimientos, incapaces de mostrar empatía. Nadie nos había enseñado cómo hacerlo. Éramos unos analfabetos emocionales como lo fueron nuestros padres.
Fue una adolescencia dura, difícil, rebelde, y muy dolorosa para todos. Las relaciones se resintieron mucho, y a día de hoy aún estamos reparando los daños. Porque, aunque nos duela reconocerlo, la malas relaciones entre padres e hijos durante la adolescencia dejan huellas profundas.
«La mayoría de los padres están dispuestos a hacer cualquier cosa por sus hijos, menos dejarles ser ellos mismos» -Banksy-
2. Una adolescencia marcada por el estrés, la desorientación y la sobreprotección
La adolescencia de mi segundo hijo me pilló en plena separación. Aquí -lamentablemente- ya no formaba equipo con su padre, ¡sino todo lo contrario! En el fondo estaba asustada y triste ante la situación, pero no me lo reconocía porque pensaba que debía mostrarme fuerte ante mis hijos -y ante mí misma- . Así que mis miedos y mi tristeza los enmascaraba con enfado, mucho enfado.
Yo estaba cuestionándome constantemente y me relacionaba con mi hijo desde el estrés, la desorientación, la ansiedad y el enfado que sentía por las circunstancias familiares que estábamos viviendo. Y eso era lo que mi hijo me devolvía en forma de broncas, agitación y desmotivación en los estudios.
Como me sentía incapaz de acompañarle emocionalmente en un momento difícil para él -su adolescencia más la separación de sus padres- tendía a sobreprotegerlo. Y con esa actitud era imposible fomentar en él la responsabilidad con los estudios, por ejemplo. Pero cómo iba a poder apoyarle y acompañarle, ¡si ni siquiera era capaz de sostenerme a mi misma! Cómo iba a poder transmitirle calma, seguridad, y confianza en que todo eso pasaría y que llegaríamos a tener paz, ¡si yo estaba de los nervios!
Afortunadamente, el coaching llegó a mi vida en el momento oportuno. Y gracias a mi trabajo personal, y a pequeñas acciones que inicié, conseguimos recolocarnos TODOS y encontrar la paz que tanto necesitábamos.
«Dar ejemplo no es la principal forma de influir en los hijos, es la única manera» -Albert Einstein-
3. Una adolescencia marcada por la empatía, la comunicación y la consciencia
Por último, en este momento estoy atravesando la adolescencia de mi hija pequeña, que ahora tiene 16 años. Con el paso del tiempo, y a través del coaching, he ido ganando en serenidad, consciencia y autoconocimiento. Todo ello, unido a que he cambiado mi manera de mirar la adolescencia, hace que esté consiguiendo mejores resultados que en las adolescencias de mis otros dos hijos.
Ahora me conozco mucho mejor, conozco tanto mis fortalezas como mis áreas de mejora, y sé de qué manera puedo contribuir a mejorar nuestra relación. Y aunque meto muchas veces la pata, ahora soy consciente de ello y de su repercusión. Sé que lo que yo decida hacer en esta etapa va a afectar al desarrollo emocional y personal de mi hija. Por tanto, tengo una gran responsabilidad.
Suelo prestar atención a cómo interpreto sus actitudes y comportamientos procurando no tomármelos como algo personal, sino entendiendo que son un reflejo de cómo ella se siente. Trato de ponerme en su lugar, recordando a aquella adolescente que yo también fui, pero sin perder mi papel de madre. Y uso mucho el sentido del humor. Con mi hija y ¡conmigo misma!
A diferencia de sus hermanos, mi hija se muestra más segura, más responsable, más comunicativa, con mejor autoestima, con más confianza en sí misma, y es capaz de expresar sus emociones.
«El mejor regalo que se le puede hacer a un hijo es ver a sus padres felices» -Erich Fromm-
La adolescencia de un hijo supone un reto para cualquier padre, pero ahora la vivo como un desafío motivador porque me ayuda a seguir aprendiendo, y a seguir conociéndome día a día a través de mi hija. ¡Los hijos nos enseñan tanto sobre nosotros mismos! Tanto lo que nos gusta como lo que nos disgusta de ellos, nos está dando información acerca de nosotros.